Reuniones necesarias

Así vivimos los eventos de la RBMA Bass Camp a los que acudimos

Hace dos años se produjo lo mejor que le ha podido pasar a Madrid y por ende a su grisácea y malherida escena. La Red Bull Music Academy aterrizó en la capital de España dejando un mes lleno de eventos de primer orden y sobre todo dejando unas instalaciones en forma de estudios en el Matadero de Legazpi para ser aprovechados y utilizados. Ya el año pasado se intentó retomar ese espíritu con la denominada Bass Camp. Lo que viene siendo un fin de semana para reunir al talento nacional (en la Academy no participó nadie con pasaporte español) de diferentes categorías y estilos. El pasado fin de semana se hizo una nueva Bass Camp, y para que el público también tenga "su fiesta" se convocaron dos eventos. Uno de ellos en el Círculo de Bellas Artes con dos figuras de Detroit: Rick Wilhite y Moodymann. ¿Cómo perderse semejante "sarao"?


Además de los americanos estuvieron Martyn, que hizo una contradictoria lecture para los alumnos unas horas antes, y F-ON desde Downbeat. Pero para que nos vamos a engañar, a quién se quería ver era a los venidos desde el otro lado del charco. Son dos leyendas en un espacio especial, que precisamente no suena especialmente bien, y con un público mayoritariamente culto y con experiencia en estas lides. El problema con el que tiene que lidiar un dj en estas ocasiones es que no todo vale. F-ON, quizá por ser de aquí, supo dotar a su warm-up de empaque y enjundia a base de house cálido y profundo para ambientar y ponérselo en bandeja a Rick Wilhite. La noche empezaba bien: ropero gratis, consumiciones a un precio razonable, buena e inteligente música, ganas de pasarlo bien con gente que a veces solo tienes oportunidad de desvirtualizar en estas ocasiones… y de repente, lo principal falló.

Lo de Wilhite y Moodymann fue un naufragio sonoro en toda regla. Muy acusado en el set del segundo. Sabemos como son los americanos a la hora de mezclar, y más aún los houseros detroitianos con vitola de maestros. Musicalmente suelen poner lo que les sale de las mismísimas pelotas que para eso ya tienen el culo pelao como diría Luis Aragonés. Son muy suyos y les importa un carajo los estilos. Un Theo Parrish en una sesión de más de tres horas te puede llevar al séptimo cielo porque desarrolla. Hacer eso en una hora y media es dar bandazos que nadie entiende en la sala. Faltó coherencia porque al final todo parecía un puzzle donde el que se supone que debe de hacerlo le daba igual que las piezas encajasen. ¿Recordáis aquel capítulo de Los Simpson donde Homer intenta montar una barbacoa y le sale esto? Es lo más gráfico que puedo ser.


Rick Wilhite estuvo incómodo desde el minuto 1. No sabemos si por un tema de monitores o por conexiones. Ponía música por poner, lo que nunca sabremos es si por los problemas técnicos iba salvando la papeleta como podía o porque quiso que así fuera. Momento en el que decidió cortar y remontar fue con la versión de Tristano del Strings Of Life de Derrick May para luego soltar un desconocido edit del mismo. Posiblemente el único instante en el que se metió al 100% del público en el bolsillo. Luego parece que se centró un poco más pero le quedaba media hora de sesión y no llegó a ser suficiente. Cuentan que tras su lecture del sábado se dedicó a poner unos discos en El Matadero para los alumnos. Y estuvo a años luz de lo que ofreció el viernes.


Pero si lo de Wilhite fue flojo, lo de Moodymann rozó en algunos momentos el caos más absoluto. Hizo el recorrido inverso al de su predecesor. 20 minutos iniciales bastante potables, hasta graciosos con su pantomima de la pizarrita ("Do you want party?" "I like Prince" I´m from Detroit"), y luego se dedicó a moverse en terrenos disco y funky con el piloto automático puesto, hasta que se hizo un harakiri público pinchando Seven Nation Army de White Stripes. Salvo 3 guiris pasados de tragos, al resto directamente nos pareció una bofetada en la cara. Ni momento, ni lugar, ni público para tararear una canción que se ha convertido, sin quererlo, en un himno del garrulismo desaforado. Después de eso, y Jamiroquai mediante, la sentencia era clara: Se ha reído de nuestra cara. Los europeos somos decadentes, pero no tanto. Un servidor veía por la pista de baile a un Kresy o a un Satore (por nombrar dos participantes houseros de la Bass Camp) y, si en vez de tener copas en mano dispusieran de sus discos, hubiéramos ganado todos si les dejaran estar en cabina.

Con este panorama a poco que hiciera Martyn ya iba a ser lo más destacado en sentido positivo de los artistas foráneos. Y así fue. Sin apenas despeinarse, y siendo el único que utilizó formato digital (Tracktor vía vinilos), dio a la pista lo que necesitaba: house algo seco pero profundo y lleno de atmósferas oscuras que sonaban a bendición tras lo anterior.


No llegamos al cierre pero ya estaba todo el pescado vendido. Entonces fue el momento de la retirada. 

A los eventos del sábado no pudimos acudir pero sí llegamos a la última de las lectures. Fue una entrevista a Cookin Soul. Bueno, vale, no estuvo mal. Fue ligera y poco más. Se notaba que había cansancio acumulado en la sala.

Pero lo mejor llegó con la despedida que tenía preparada la organización en forma de barbacoa. No porque algunos comiéramos de gorrilla- muchas gracias por la invitación Pat- sino por las mesas-camillas improvisadas que se formaron entre los que estábamos allí -participantes, medios y curiosos- hablando de todo un poco, donde la música y experiencias de cada uno eran el núcleo principal de las conversaciones. Una sana reunión de gente que ama la música y que quizá ese debate-charla espontáneo entre los mismos participantes debería haberse potenciado algo más dentro de las actividades de la organización. No sabemos si se realizará otra Bass Camp en el futuro, pero estas cosas siempre suman. 
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Fotos y vídeos: Electrónica & Roll

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