Por Simón García
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Llevo días dándole vueltas a los comentarios que me han llegado acerca de la reciente actuación de Nicolas Jaar en Madrid. Al parecer, el americano optó inicialmente por un discurso intimista pese a encontrarse ante una audiencia más o menos grande. Sin duda, el discurso que se esperaría de él y, probablemente, lo que mejor sabe ofrecer. Sin embargo, a mitad de la noche viró el rumbo y empezó a dar puntadas de un extremo a otro sin finalmente hilar; tratando, supongo, de intentar entretener a quienes habían pagado por pasarlo bien viéndole. Y aquello no terminó de cuajar.
No estuve en esta actuación en Madrid, pero algo parecido me pasó cuando le vi en Space Ibiza el año pasado: pese a considerar el Boiler Room del showcase de su sello Clown + Sunset en Nueva York una de mis sesiones favoritas de todos los tiempos, en Space no terminó de enganchar, probablemente porque la main room del club era demasiado grande, en dimensiones, para albergar lo personal y profundo de su característico sonido. Aquella noche, en Space Ibiza, su sesión también discurrió por un eclecticismo sobre-impostado que acabó diluyendo su esencia, que, en definitiva, era lo que la mayoría esperábamos de él.
Parece que queda demostrado, por tanto, que su hábitat natural son los espacios pequeños e íntimos, tal y como se puede ver en aquél Boiler Room suyo que mencionaba antes; lugares como, por ejemplo, La Casa Encendida, donde el directo que ofreció hace unos años todavía se recuerda como antológico. La paradoja es que, en su condición de mega-estrella de la electrónica, su caché solo puede ser amortizado por clubes grandes o festivales. De alguna forma, el éxito le ha condenado a tener que renunciar a aquellos lugares donde realmente podría desplegar toda su magia.
Supongo que, llegado a ese punto de éxito masivo, las opciones que tiene un artista son claras: o se mantiene fiel a su discurso en un entorno no preparado para ello, con sus consecuentes decepciones; o intenta complacer a ese entorno, modificando el discurso hasta el punto de correr el riesgo de perder su verdadera esencia. No sería el primero, ni posiblemente tampoco el último, al que le ocurre.
Hace un rato, charlaba con un compañero acerca de si el deseo de constante crecimiento económico va en detrimento de la calidad artística y, por tanto, de la escena en su conjunto. ¿Está el mercado y la ‘burbuja electrónica’ realmente potenciando la escena, como muchos se aventuran a asegurar? ¿O está aniquilándola poco a poco, dando paso a una nueva industria más enfocada en el show business que en cualquier otra virtud artística?
Saquen sus propias conclusiones.
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