LCC, Klara Lewis y Paula Temple en la primera edición de She Makes Noise
¿Pero cómo es posible que aún no hayamos comentado nada de lo que fue She Makes Noise? Porque hemos querido esperar una semana justo desde su cierre para coincidir con el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Si hubiera que definir rápidamente lo que ha supuesto una propuesta como ésta, esos adjetivos serían valiente y arriesgada. Del mismo modo en que la mujeres lo fueron en otras facetas de la vida en otras épocas donde su papel en la sociedad apenas era reconocido y tenían que luchar contra viento y marea para su igualdad con los varones. Esa visibilidad en el mundo electrónico y más concretamente en la experimentación sonora, era el leitmotiv de este mini-festival que se celebró en La Casa Encendida el pasado fin de semana.
La iniciativa se puede calificar de éxito. Tan solo acudimos a los conciertos del viernes y domingo (nos perdimos a Karen Gwyer) y las entradas anticipadas para acceder al pequeño auditorio de La Casa Encendida volaron, al igual que las pocas localidades que se pusieron en taquilla. El día 27 había gente que buscaba reventa o se marchaba ante la imposibilidad para conseguir un preciado ticket. El domingo la dinámica fue la misma. Sin embargo, en lo referente a lo musical hubo notables diferencias.
En la primera jornada fue el turno de la experimentación y el ambient desde el sello austriaco Editions Mego. Una de las grandes bazas era la primera actuación de la sueca Klara Lewis. Vestida de un riguroso negro se puso a los mandos de sus aparatos que estaban conectados a su laptop. Sonidos tenues, oscuros, arenosos y hasta incómodos en un ejercicio de puro noise. Sin embargo, algo fallaba. No daba la sensación de continuidad y, lo que es peor, de directo. Tenía un cuaderno, suponemos que con notas para apuntalar su discurso, en el que no dejaba de pasar hojas delante y atrás mientras manipulaba algún que otro knob. Pero su puesta en escena tan lúgubre, con unas visuales que tampoco ayudaban a hacer más atractiva su actuación, se hacía algo pesada. Pensaba que el problema era mío porque quizá no entendía ni su música, ni lo que pretendía transmitir, ni su simple (en apariencia) ejecución; pero cuando acabó su live a los 40 minutos (donde en ninguno de sus abruptos cortes entre tema y tema arrancó un aplauso) tuvo que hacer un gesto como diciendo, "ya he acabado", y entonces el desconcertado público realizó un respetuoso y protocolario aplauso.
Tras el descanso, llegó el turno de Ana Quiroga y Uge Pañeda o lo que es lo mismo LCC (anteriormente conocidas como Las CasiCasiotone). Ambas acompañadas en el escenario por Adrian Cuervo para apoyarlas en las visuales. Presentaban su aclamado disco d/evolution que vio la luz en el sello vienés el curso pasado. Y todo lo que no ofreció Lewis, lo hizo este trío. Aptitud y sobre todo actitud. Visuales perfectamente integradas y sincronizadas con los temas que tocaban las asturianas. Capas y texturas sonoras evocadoras que se incrementaban en intensidad cuando un bombo a bajas revoluciones hacía acto de presencia. Todo ello con unas transiciones suaves y delicadas entre tema y tema. El público se animaba y solo se deslucía la magia cuando alguien tenía la idea de bombero-torero de usar el flash de su móvil para inmortalizar el momento. En uno de los pocos momentos en los que hubo un leve silencio el público arrancó en aplausos y la ovación sin paliativos llegó al final del directo. Más que justificada y merecida su inclusión en el cartel de Sónar Festival en 2015. Un must que no debes perderte.
Si el viernes fue el día del ruidismo y el escapismo, el domingo fue el turno de la crudeza y la contundencia. Paula Temple con Jem The Misfist a los visuales hizo que el auditorio se quedara pequeño. Mucha gente de pie en los laterales y que al final fueron los que más disfrutaron porque se lo bailaron. Quien se pensará que la británica iba a sacar un lado experimental se equivocó de cabo a rabo. Sacudidas de Techno pesado desde el principio con un sonido reforzado y con pocos momentos para descongestionar tanta fuerza representado una bellísima vocal con el bombo roto (con la Temple viviéndolo) fue el único tramo para coger un respiro. El público era víctima del propio formato del festival. Las butacas eran una jaula porque la música y el ambiente festivo contagiaban y lo que incitaba era a levantarse y bailar. Las visuales, a veces geométricas a veces viscosas, de Jem The Misfits fueron casi anecdóticas y es que la violencia sonora eclipsaba cualquier cosa. Una hora que se saldó con atronadores aplausos a los que tuvo que salir al centro del escenario para saludar a la apasionada platea. Las mujeres mandan.
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