Por Carlos Mellado
La comunidad clubber internacional está de luto. Una de las salas más emblemáticas de Europa se ha visto obligada, tras la revisión de su licencia, a echar el cierre. Después de varias horas de debate entre los propietarios del club, la policía de metropolitana de Londres y el distrito Islington, fabric, uno de los pulmones de la vida nocturna londinense ha anunciado este martes el cese definitivo de su actividad, tras su cierre provisional a raíz de la muerte de dos jóvenes por consumo de drogas en el recinto.
Ni las casi 150.000 firmas recogidas en la plataforma change.org, ni las numerosas muestras de apoyo por parte de artistas, promotores, público, e incluso de algunas autoridades, han servido para convencer al distrito de Islington de mantener la licencia que permitía a fabric abrir sus puertas cada fin de semana. Consecuentemente las redes sociales se han volcado con el club, inundando el mundo virtual de mensajes de ánimo y de textos de rabia e impotencia, y es que son pocos los que creen que este movimiento ha sido fruto de la casualidad. La feroz especulación inmobiliaria en Londres está a la orden del día, y fabric puede haber sido una de sus más recientes víctimas.
Pero ya sabemos que llorar sirve de muy poco, lamentarse de esta decisión no lleva a ningún lado, lo único que queda es seguir luchando, ya no solo por salvar fabric, sino por salvar lo que tantos de nosotros amamos desde lo más profundo de nuestro ser, la música. Y es que este “ataque” contra la vida nocturna londinense y la cultura no es un hecho aislado. En los últimos años casi un cincuenta por ciento de las salas de conciertos y clubs de la capital inglesa han echado el cierre. Todos entendemos la importancia que estos lugares tienen más allá del mero entretenimiento, la relevancia que tienen como fuente de inspiración, un hervidero de ideas en forma de pista de baile. ¿Cuántos artistas se han formado entre las cuatro paredes de un club? ¿Cuántas carreras artísticas han sido impulsadas?
Después de ver la fuerte capacidad de reacción de toda la comunidad electrónica remando en un mismo sentido, es el momento de pelear por lo que creemos y valorar lo que tenemos. Comenzar una guerra pacífica con la música como arma principal, demostrando a los que tienen la capacidad de desmontar lo que tanto esfuerzo ha costado conseguir que estamos aquí, y que por muchas salas que cierren, por mucho que intenten asfixiar a una comunidad cultural, las ganas y la ilusión siempre serán más fuertes. Quizá no se haya ganado esta batalla (aunque la esperanza no se ha perdido y se recurrirá la sentencia dictada), pero se ha demostrado que juntos hacemos ruido, que nuestras voces se han escuchado y que no podrán seguir haciendo oídos sordos para siempre.
Es hora de demostrar una capacidad de movilización cada vez más sólida, manifestar que la música electrónica tiene un valor incalculable para mucha gente, que la cultura no es algo con lo que se puede jugar, que son muchas las almas que día a día beben de esta fuente como vía de escape intelectual. Salvemos lo que tenemos y bailemos como sabemos. Que este injusto cierre sea un nuevo punto de unión.
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