Lo que significa que sus propietarios pagarán una tasa impositiva del 7% en lugar del 19% por dicha actividad
Las comparaciones son odiosas y tras el varapalo de la semana pasada ocurrido con fabric, no es de extrañar que los ingleses estén alucinando con lo ocurrido en Berlín. Si la Administración Pública londinense cerraba un templo como fabric de forma indefinida al revocar su licencia, en el corazón de la Europa continental la administración alemana engloba como actividad cultural lo que ofrece otro paraíso clubber como es Berghain. Dos clubs con historia y solera pero con diferente consideración desde los poderes públicos de sus respectivas ciudades; lo que refleja dos formas de pensar diametralmente opuestas sobre la música electrónica y su interés general.
En el caso de Berghain ha habido una disputa judicial de régimen fiscal que arranca en 2008 cuando el tipo impositivo reducido del 7% que recae en las ventas de los eventos culturales dejó de aplicarse a Berghain pasando al del 19% que es el que grava las actividades de entretenimiento. Finalmente, el Tribunal de Cottbus encargado de resolver la desavenencia de los propietarios del club con la calificación del fisco les ha dado la razón al considerar que lo que ofrece y ocurre en Berghain es una actividad cultural. Por lo tanto, por primera vez y a través de una decisión de un órgano judicial, se reconoce el valor cultural de un club; y por extensión de la música y la experiencia que ofrece: Maratones de la mejor música electrónica en un ambiente hedonista y de mentalidad abierta en todos los frentes.
La jugada ha sido maestra porque el argumento de la fiscalía -considerando que el lugar al que la gente va a bailar, divertirse y, muy posiblemente, a consumir drogas debe estar regido por el entretenimiento y no por la cultura- se les ha vuelto en contra. Los gestores del club hicieron el mismo razonamiento lógico si se aplicara a la música clásica. El Tribunal dió por válido esta réplica considerando a Berghain del mismo modo que los eventos culturales clásicos, por lo menos en cuánto a su régimen fiscal.
Hasta aquí todo correcto, pero todos sabemos lo que es Berghain y su estricta -y arbitraria- política de admisión en la entrada. Posiblemente ese sea uno de los encantos porque alguno hasta se lo puede tomar como un reto. Es normal hacer una cola durante una hora para no saber si das el perfil idóneo según el criterio de Sven Marquardt (el portero de discoteca más famoso del mundo) y su equipo de trabajo. No hay una fórmula mágica que te haga sentir seguro al 100% que vas a conseguir acceder a la tierra prometida, pero siempre hay una serie de cánones que van a aumentar tus posibilidades de éxito. Ir vestido de negro, hablar alemán, no hacer mucho alboroto (nada de risas y hablar a voces) durante la espera o no entrar con un grupo numeroso, están entre los más conocidos. Todo para que no se pierda ese ambiente mágico de un club en el que está prohibido sacar cualquier tipo de material gráfico de su interior. Lo que unos pueden llamar guardar la esencia y el espíritu; otros lo pueden considerar una actitud elitista llevando al límite el derecho de admisión porque el acceso no está permitido a todos; solo a los elegidos. Y he aquí el problema si lo queremos considerar como un evento cultural (que por definición debería ser algo medianamente accesible a todo hijo de vecino) a lo que es un negocio de entretenimiento basado, efectivamente, en un tipo específico de cultura musical.
Hablamos de un club en el que el permiso de acceso va en función de la decisión del portero de turno que, repetimos, puede ser bastante arbitaria al prejuzgar con un primer vistazo y quizá alguna pregunta que va más allá del ¿cuántos sois?. Quizá Berghain no es lugar para turistas, ni para curiosos -a veces ni siquiera para entendidos dentro del mundillo, ni estrellas del sector- pero ellos también tienen el mismo derecho de acceder a una actividad cultural mientras paguen su entrada y sepan comportarse en su interior.
Que Berghain sea considerado como un lugar de actividades culturales es la mejor publicidad para la leyenda del club y para la escena electrónica en general por el reconocimiento que se le da a esta música; pero no deja de flotar en el ambiente que todo se reduce a una mera triquiñuela (legítima y muy avispada) para pagar menos impuestos de los que tocan. Y eso desde el país de la picaresca lo olemos desde lejos.
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